Por Jezreel Salazar
Número 47
La emergencia de la crónica
Desde hace algunos años la crónica ha comenzado a tener mayor relevancia en la discusión sobre el espacio público contemporáneo, a pesar de haber sido durante largo tiempo menospreciada como género discursivo, ya sea desde la literatura, la historia o las ciencias sociales. Esta emergencia de la crónica como instrumento para reflexionar sobre la realidad tiene que ver al menos con dos fenómenos.
El primero se refiere a lo que Anette Wieviorka denominó “la era del testigo” (1998). Nos encontramos en una época en la cual dejar testimonio de los distintos regímenes de terror que se vivieron en el siglo XX adquiere gran importancia, ante la necesidad ética de construir una cultura crítica que impida que esa violencia extrema se repita. A este interés por la transmisión del pasado como elemento fundamental para intentar comprender qué sucedió y para evitar que los crímenes del pasado ocurran de nuevo, Andreas Huyssen lo ha denominado “el estallido de la memoria”(2002). El hecho de que la memoria se haya convertido en una preocupación central de la cultura contemporánea occidental ha provocado un movimiento que tiende a darle un sitio público al recuerdo privado. Para comprobarlo basta hacer un recuento de varios procesos que coexisten hoy en día: el estudio de la literatura testimonial en
La obsesión actual por revisar el pasado, en una especie de boom del testimonio, se acompaña de un segundo fenómeno: la crisis en las formas de representación, la crisis de los modos de narrar y concebir el relato, que desde mediados del siglo pasado se ha discutido y hoy en día es más vigente que nunca. Clifford Geertz resume así esta problemática al afirmar que vivimos unarefiguración del pensamiento social: “Lo que estamos viendo no es simplemente otro trazado del mapa cultural […] sino una alteración de los principios mismos del mapeado” (1980: 63). El proyecto iluminista suponía la existencia de una sola respuesta para cualquier problema y una sola forma de representación correcta del mundo, de modo que éste podía ser ordenado de modo racional si se era capaz de describirlo y concebirlo de manera adecuada. No obstante, el debilitamiento de las instituciones modernas, las transformaciones provocadas por la globalización, el surgimiento de nuevas sensibilidades y el interés por sujetos sociales antes ignorados, permitió que toda una serie de líneas de pensamiento crítico en distintas áreas abogaran por la ruptura de esa visión totalizadora de la verdad, que traía consigo una concepción monológica de la cultura y su representación. Poco a poco las categorías fijas del pensamiento ilustrado fueron siendo reemplazadas por sistemas divergentes de representación, que reconocían la importancia de la heterogeneidad y la diferencia, la multiplicidad de interpretaciones y el necesario desmantelamiento de una concepción de la realidad entendida como totalidad uniforme. Frente al descrédito de los llamados “metarelatos”, se revaloró aquellos discursos que no pretendían dar explicaciones totalizadoras a la realidad, y que emergían de lugares de enunciación marginales. Entre este tipo de formas de escritura se halla la crónica, cuyas características no sólo son propicias para aprehender el mundo actual, sino que transfieren al espacio textual las dinámicas y conflictos inherentes al mundo contemporáneo.
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